14 de junio de 2010

Sobre el asesinato de Stephany Flores, a los 21 años...


Mucha gente, en el país y fuera de él, ha quedado conmocionada por el asesinato de una joven de 21 años, Stephany Flores, quien conoció a su asesino, el holandés  Joran Van der Sloot, en un elegante casino limeño, estuvo sólo tres horas con él en su habitación de hotel, en  la madrugada, y en algún momento de este lapso encontró la muerte, aparentemente golpeada y afixiada.

Quienes tenemos hijos grandes,  adolescentes o más, sentimos un escalofrío aterrador de pensar que puedan estar expuestos a una suerte tan macabra por la confianza estúpida y casi suicida que tiene lo jóvenes de hoy, de considerar "amigo" a alguien que conocen sólo unos días atrás y con quien han compartido algún espacio, como en este caso, un casino.

Más allá de lo buena o mala chica que la víctima fuera, su gran error fue la confianza depositada en un extraño, al punto que lo acompañó a su habitación de hotel. La razón tal vez nunca se sabrá del todo, y no es del todo importante, pudo ser la ilusión de una aventura o algo no tan personal, pero fue, sucedió, y hoy sólo queda llorarla. A ella y a tantas víctimas como ella, que yacen inertes como consecuencia de esta indiferencia con la vida humana que parece arrasar por todos lados.

Titulares de periódicos todos los días nos informan de muertes salvajes por causa de celos o de avaricia,el caso es que los jóvenes toman decisiones que atentan contra su vida sin darse la menor cuenta, pues los asesinos, violadores y dementes no anda por ahí con cartelitos en la frente, y si los adultos, con experiencia, no los pueden identificar, los jóvenes, ni si quieran los ven venir.

Muchas veces son jóvenes de condición muy humilde, y tal vez por eso no desatan tanta cobertura mediática, como sí ha generado este caso, dado que la víctima es hija de un conocido corredor de autos y estudiaba en una prestigiosa universidad limeña. pero la vida es igual de valiosa en todos los casos, y el criminal igual de culpable y de salvaje. Sin importar el color de su piel o su grado de instrucción.

¿Qué está pasando? ¿Qué hacer?

Más allá de los detalles policiales, lo que nos preocupa a los padres es que los chicos cada día más, y más temprano, se rebelan ante las normas de la generación anterior y desdeñan los usos y costumbres que buscan protegerlos. protegerlos de un error, de una mala percepción de los demás, y también de una situación de peligro.

Una opción es ceder y rezar... práctica muy del agrado de los hijos que seguro dirán "gracias, qué lindo eres", pero que se basa totalmente en un tema de probabilidades. Es decir, confiar la seguridad de nuestros hijos a la estadística. ¿Cuántas posibilidades hay de que le pase algo "a mi hija?. Muy pocas". Bueno, lastimosamente a algunos hijos no les pasará nada pero a otros sí. Y nadie puede saber de antemano en qué grupo está. Además que ni unos ni otros aprendieron a conducirse de forma responsable, en el proceso.

Es cierto que debatir con ellos es agotador y frustrante, pero no por eso se puede abandonar la lucha. Cambiar pañales también fue estresante a veces y parecía no tener cuando acabar, pero no por eso se dejó de hacer ¿verdad?

Un detalle que supongo es común a muchos padres que tratan de hacer recapacitar a hijos adolescentes sobre su hora de llegada a casa o sus actividades sociales, es la famosa preguntita: "¿Qué tiene de malo?". Al parecer eso significa que si no es un delito tipificado en el Código civil o penal, los adolescentes deberían tener la autoridad de hacer lo que quieran. Ante un argumento tan estúpido, sólo queda preguntarle: "¿Qué tiene de bueno?", "¿Qué experiencia tan valiosa o enriquecedora te reportará para que tengas que hacer algo que puede ser peligroso o noscivo?"

También está el argumento bobo de: "Todos mis amigos lo hacen ¿quieres que sea la única que se queda fuera?". Pues la respuesta debe ser: "Si eso te mantiene con vida, ¡Si!". La presunción de que el peligro es parte de la vida de otros es una muestra de inmadurez, propia de los jóvenes, pero no de sus padres y madres. Muchas veces nuestros hijos andan con malas compañías (personas casi desconocidas, muchas veces), o comparten con amigos poco responsables (chicos que conducen habiendo bebido, o que ven en la droga un consumo "normal", por ejemplo) en cualquier caso están incurriendo en comportamientos irresponsables e inmaduros que atentan contra su seguridad.

Ayudémosles. Protejámoslos.

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