21 de junio de 2010

Madres que trabajan, madres culpables

Hoy me encontré con una amiga por la calle y conversamos unos minutos, sobre cómo nos iba porque ambas habíamos trabajado en la misma empresa, aunque ella dejó el trabajo unos meses antes que yo. Ambas estábamos de acuerdo en que nos sentíamos muy agradecidas de poder dedicarle más tiempo a nuestras respectivas hijas y comentábamos cuánto habían mejorado desde que estábamos más tiempo en casa. ¡Parecíamos loros repitiendo una lo que decía la otra! Pero la verdad es que la experiencia... era la misma.

Cuando trabajaba e esta empresa, en la que la exigencia era sumamente alta y muchas veces no podía volver a mi casa hasta tarde en la noche (y muchos compañeros se quedaban hasta mucho más tarde que yo) me sentía muy contenta porque el trabajo era muy estimulante y había mucho que hacer... hasta que volvía a casa. Mi esposo que trabajaba hasta las 4:00 p.m. me apoyaba atendiendo a mi hija con sus quehaceres escolares, sin embargo no era suficiente y ella reclamaba la presencia materna. Al llegar me encontraba con una niña con actitud negativa, que sólo reclamaba una y otra cosa y no ponía esfuerzo en el estudio. Con frecuencia me enteraba que había llegado con una anotación sobre su comportamiento y eso terminaba de fastidiarme.

Yo sentía que estaba tratando de darle lo mejor que podía y salía corriendo para verla, a veces haciendo paradas en las librerías para comprarle algún material de última hora, pero parecía que nada era suficiente y la relación entre las dos se volvió un solo de conflictos y pleitos. Parecía que sólo después de una regañada me hacía caso y yo tenía claro que así no podía seguir la situación.

Cuando salí del trabajo todo comenzó a cambiar.Poco a poco mi hija volvió a ser la niña cariñosa y alegre que siempre fue. Dejó de buscarme pleito por cualquier pequeñez y en cambio estaba colaboradora y entusiasta y lentamente comenzó a mejorar en sus estudios y en su conducta en el colegio. En casa el cambio fue notorio y al cabo de dos meses la situación es otra.

Yo me siento muy feliz por eso, realmente es una felicidad poder darle a mi hija todo el tiempo y la atención que necesita para sentirse segura, pero también necesito trabajar (además de que que gusta mucho!!). No sé si podré seguir con trabajos free lance y dedicándole mi atención casi al 100%, y si logro ingresar a una empresa... ¿regresaremos a la situación inicial?

Esta situación es la misma por la que atraviesan millones de mujeres en todo el mundo. Años atrás existían mayores recursos familiares (tías, abuelas, madres) que brindaban un significativo respaldo en la crianza de los hijos, aún cuando la necesidad, por parte de las mujeres madres, era mucho menor. Hoy, que es más urgente y necesaria, no está más y el dilema es realmente desolador. ¿Trabajo o cuido a mis hijos? ¿Podré sentirme orgullosa de realizarme profesionalmente sabiendo que les estoy restando algo que necesitan de mí? ¿Cuánto beneficio significa un ingreso adicional para la familia a costa de prescindir de la presencia de la madre en el hogar? ¿Podré sentirme realizada con sólo cuidar de mis hijos y mi hogar?

Los hombres no sufren estas incertidumbres porque nadie espera que sean los responsables de la crianza de la prole, pero a las mujeres el guante nos cae completito. Y por el solo hecho de ser mujeres, y madres, tenemos que escoger entre dos opciones que nos reporta una dosis de sacrificio particular... y cargar para siempre con el sentimiento de culpa... sin importar lo que hayamos elegido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Todos los comentarios son valiosos.
¡Comparte tus ideas con nosotros!