27 de agosto de 2010

El dulce recuerdo de una majestuosa ballena


Cuando me preguntan por qué he puesto un gadget con ballenas en este blog, me apena decirlo, pues imagino que esperan una respuesta muy original, pero la verdad es demasiado simple: me fascinan.
No sé si es su volumen verdaderamente colosal, esa imagen entre pacíficas y poderosas o  alguna vivencia infantil que no logro (ni lograré) recordar. Tal vez fue  la impresión que me causó saber que las ballenas  piden ayuda al momento del parto y cómo desde millas de distancia otra ballena acude para asistir a la madre en el nacimiento del bebé  y ayudarla a sostenerlo mientras aprende a nadar por sí solo, el caso es que aunque me gustan los animales en general (mamíferos de preferencia), siento por las ballenas una particular fascinación. 
Cuando era niña mi padre me enseñó que la mayoría de las ballenas, aún cuando son los animales más grandes que existen, no tienen la boca gigantesca que en la genial fantasía de Collodi  se tragó a Gepetto, con balsa y todo,  y luego a Pinocho (con Pepe Grillo incluido). Por el contrario, las ballenas con barbas se alimentan por una abertura llena de filamentos que les permite filtrar el agua, y devoran toneladas de pequeños crustáceos, lo que de chica parecía una contradicción increíble. Con el tiempo vine a entender que hay muchos tipos de ballenas y algunas, como la orca, sí tienen dientes y pueden tragarse de un bocado una foca o un león marino, sin el menor problema. 
Sin importar lo que me digan, la imagen que guardo en mi mente es de unos seres bellos y apacibles que son perseguidos por el hombre, cruel asesino movido sólo por su insaciable codicia.
Luego vendría Moby Dick a engrosar mi precaria cultura ballenera, y con el avance de las hojas que leía con creciente deleite fue creciendo mi desesperación, en cada avistamiento que el capitán hacía de “la bestia”, para que el animal pudiera salir ileso de los ataques enfurecidos del obsesionado marinero. La imagen la hemos visto muchas veces en pinturas o películas, pero debo reconocer que el relato de Melville es escalofriante, teniendo en cuenta que la persecución de un cetáceo de esa magnitud debe ser algo verdaderamente titánico. 
Una ballena azul puede medir más de 30 metros (como tres buses, uno tras otro), y pesa alrededor de unas ochenta toneladas, algo así como siete u ocho elefantes adultos. Es tan grande que una persona podría recorrer por dentro algunos de sus vasos sanguíneos… es alucinante!!!
Unos años atrás, cuando pasaba en Máncora unos días de vacaciones con mi familia, mi esposo y yo mirábamos hacia el horizonte, contemplando el atardecer, cuando de pronto él divisó lo que parecía ser un chorro de agua que emergía del mar. “No puede ser una ballena”, pensé. Dada la distancia que parecía haber entre el chorro y  nosotros, que estábamos cerca de la orilla, tenía que ser algo grande. Estábamos mirando, un tanto ansiosos y a la vez desconfiados de poder tener tanta suerte, cuando de pronto vimos salir, con gracia insuperable, la enorme y característica cola bifurcada de una gran ballena que acto seguido golpeó el agua y se hundió dulcemente en el mar. 
No lo podía creer. ¿Qué distancia nos separaba del animal? No lo sé, tal vez 200 ó 300 metros (es difícil calcular) pero mi emoción era tan intensa como si estuviera al alcance de mis dedos. Una vez que nos repusimos de la impresión comenzamos a seguir el curso del cetáceo que cada tanto, en una intachable línea recta, dejaba salir su chorro de agua seguido del fenomenal coletazo. Primero nadó de forma paralela a la orilla y luego inició su retirada mar adentro. No pudimos apreciar a la ballena entera, lastimosamente, pero para mí era como si la estuviera viendo. Estuvimos más de treinta minutos absortos mirando este espectáculo hasta que de tanto alejarse ya no pudimos distinguirla. 
Yo me pregunto cómo un hecho tan sencillo y carente de tantas partes pudo emocionarme tanto, y si alguien está leyendo esto de seguro debe estar pensando lo mismo, sin embargo ahora que evoco la experiencia mi entusiasmo retorna y entiendo que si mañana volviera a suceder, me sentiría exactamente igual y sería igual de grandioso.
Mientras escribo estas líneas recuerdo la canción de Los No Sé Quién y No Sé Cuántos (http://www.youtube.com/watch?v=dW0uYRVxOiI&feature=related) y siento gran nostalgia por esos seres hermosos que vamos eliminando sólo porque queremos, empecinadamente, ser los ganadores indiscutibles del trofeo a la especie más estúpida sobre la tierra. 

1 comentario:

  1. lasballenas son hermosas los delfines tambien me parecen animales especiales. Nunca estado cerca pero me parecen tan bellos k me gutaria estar cerca aellos deben darte paz

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