8 de octubre de 2010

Mario es un premio para el Premio Nobel

Eduardo González Viaña, brillante escritor peruano y catedrático universitario en Oregón, Estados Unidos, escribe en la entrega nº 502 de su Correo de Salem, con la pluma autorizada y solvente de siempre, un extenso y muy interesante artículo sobre el flamante Nobel peruano, que reproduzco para ustedes.

Mario Vargas Llosa:
Los poderes secretos de la literatura
Durante el fujimorismo, una abrumadora mayoría de peruanos calificaban de antiperuano a Vargas Llosa por haber reclamado sanciones internacionales contra el autogolpe. Algunos periódicos lo mencionaban como “el español”. Incluso el primado del catolicismo peruano, Cardenal Cipriani, lo atacó de una manera que hizo que MVLL lo considerara abierto y descarado cómplice de la dictadura.
El sátrapa japonés que quiso quitarle la nacionalidad está ahora en la cárcel. Sin embargo, el fujimorismo llena las calles de Lima e incluso colma el pensamiento no muy encubierto de quienes suponen que la barbarie es la única forma eficaz de gobernar  un país.
Supongo, sin embargo, que ahora el patrioterismo clamará ahora que el pisco, la buena comida y Vargas Llosa son peruanos. Ojalá que ellos también entiendan hoy que la inteligencia y la honestidad – los poderes de la literatura- tarde o temprano terminan por imponerse a lo indeseable, lo ramplón, lo criminal y lo indigno.
Tal es la razón de este texto sobre Vargas Llosa y los poderes secretos de la literatura.
Cuando lo conocí, el 66, Mario Vargas Llosa me confesó que quería viajar a Lima –no recuerdo si estábamos en París o La Habana- para romperle el alma al cholo Hernán Velarde, un periodista que le había hecho un reportaje en el cual la retórica se imponía al contenido, y las frases supuestamente galanas del reportero estrangulaban o por lo menos velaban las declaraciones del escritor. 
Antes de transcribir una respuesta cualquiera, Velarde afirmaba que “mientras Vargas Llosa habla, Lima se va envolviendo en su baby doll de neblina.”, una metáfora de sabor dudoso que utilizaba en todos sus reportajes. En ellos, la capital de Perú practicaba strip-tease y se iba “envolviendo en su baby doll de neblina” mientras hacían declaraciones Ciro Alegría y Alberto Terry, los Panchos y el Ministro de Salud, Anakaona y la alcaldesa de Lima, entre otros personajes de entonces.
 “Mario desgrana ahora su risa de choclo y afirma…” Y embobados ante los choclos, el baby doll y otras chafalonías de ese repertorio, los lectores olvidaban al entrevistado y quizás pensaban también en el alma de Velarde.
En esta nota, me arriesgo a lo mismo que el periodista por transcribir, en forma parecida a un reportaje algo de lo que fue, en verdad, una conversación entre viejos amigos que se ven un siglo después y comentan los movimientos que dio el planeta mientras no se vieron.

Salvar la democracia
—Nos hemos salvado de una buena, viejo. Se ha acabado una dictadura tan feroz  y tan perfecta que parecía construida para durar hasta siempre.
Me lo dijo Mario Vargas Llosa en una conversación que tuvimos cuando hace muy poco nos encontramos en Lima.
—Gracias a unos pocos…—le respondí— y dentro de esos pocos, gracias a ti.
Se lo dije porque la dictadura que ha padecido el Perú no fue solamente el logro brutal de una imposición armada sino también el fruto de una creencia irresistible, de una mentalidad compartida por gobernantes y gobernados en el sentido de que no importan los métodos ni la ética de un gobierno con tal de que éste sea eficaz. Los miasmas contagiosos de esa mentalidad estaban en todas partes e impregnaron, incluso, a muchos que suponían ser disidentes.
Las atrocidades de Fujimori y de su banda no solamente no fueron criticadas, sino más bien aplaudidas y le hicieron subir el “rating” cada vez que ocurrían. El gobierno no se cuidó demasiado de disimular su escuadrón de la muerte, de esconder los cadáveres de los estudiantes asesinados y quemados vivos, de acallar a las mujeres violadas y torturadas, de borrar el rastro de la agente descuartizada, de negar a los miles de inocentes encarcelados, “juzgados” en menos de una hora y condenados a perpetuidad por unos aberrantes tribunales sin rostro. Aun en nuestros días, los derechos humanos no son plataforma de ninguno de los candidatos presidenciales, y los criminales gozan de una amnistía que ni siquiera han pedido porque nadie los ha acusado de genocidio.
De forma disimulada, el gobierno y la cúpula militar habían vendido la idea de que eran imprescindibles para la seguridad de la patria y de que todas las barbaridades de la “guerra sucia” eran la única forma de acabar con la subversión. Que le vendieron esas creencias incluso a los opositores es evidente. En las elecciones del 95 y del 2 mil, no se presentó una oposición unida frente a la dictadura, sino un conjunto de partidos cuya participación en cierta forma, legalizaba el régimen antidemocrático. E increíble, pero cierto, en plena campaña contra la primera reelección, muchos políticos opositores abandonaron el país y viajaron, comisionados por el gobierno, a otros países para hacer supuestamente propaganda “contra las pretensiones del Ecuador.”
—El Perú— dijo en esa época Vargas Llosa— vive una dictadura disimulada que mantiene unas formas hipócritas para aplacar a la comunidad internacional pero que de hecho perpetúa la tradición autoritaria latinoamericana. El presidente es un fantoche y las decisiones fundamentales las toma un pequeño grupo militar. Hay una política de intimidación sistemática a cualquier tipo de disidencia; la prensa es controlada, sobornada e intimidada; la opinión pública es manipulada y hasta las encuestadoras obedecen a la estrategia del régimen.
La denuncia de Vargas Llosa tuvo dos resultados. En el exterior, su autoridad moral desenmascaró al fujimorato. En el país, su admonición no fue popular. A través de todos los medios controlados, el gobierno se había adelantado a decir que el gran novelista quería dejar al país sin créditos y en la bancarrota. En consecuencia, no faltaron maritornes de la supuesta oposición que lo calificaran de exagerado, alguna revista dominical de literatura soslayó sus libros y sus premios, y los índices de las encuestadoras mostraron a Fujimori en la apoteosis del rating.
Ahora, todos en el Perú son partidarios de la democracia, pero no los había tantos en la época de Fujimori. Por su parte, la oposición —“moderada, responsable, decente” evitó declarar ilegal al gobierno porque ello habría significado no participar en la búsqueda de una curul parlamentaria. Arrinconado, solitario, calificado de ex peruano, Vargas Llosa insistió. Con obstinación, con inteligencia, con denuedo y con agallas, interpuso su demanda ante personajes y organismos internacionales, y su tremendo poder de convicción logró que la tiranía perdiera la máscara y fuera señalada como tal.
La publicación de la La fiesta del Chivo y su presentación desafiante en Lima fueron el hachazo final. La identificación de Trujillo con Fujimori y  de Johnny Abbes con Montesinos era inmediata y mostraba ante el mundo la verdadera cara del régimen, colmada de sangre y de boñiga pestilente, mucho antes de que los vladivideos la hicieran pública. Como Juan Montalvo, Mario bien podría decir de la dictadura “mi pluma la liquidó.”
Salvar una vida
Lo anterior viene a cuento ahora porque también en 1966, en conversación informal, le escuché a Mario celebrar con fe intransigente los poderes de la literatura.
-Si como dices, quieres luchar por tu país, tu literatura también puede servir para eso. Tu obra puede ser más contundente que las armas.
La persona a quien estaba dirigida esta frase era un joven sudamericano, a quien llamaré Andrés aunque ese no sea su nombre. Andrés, de 22 años y autor de un libro de cuentos, estaba preparado para ir a su país e incorporarse a la lucha guerrillera. El ejemplo romántico del poeta Javier Heraud le hacía pensar que no había otro camino para derrotar a una sociedad corrupta que un sacrificio valeroso y una muerte honorable.
—Vi a Javier Heraud en París poco antes de su viaje al Perú. Si hubiera sabido que iba a tomar las armas, habría tratado de convencerlo de que no lo hiciera. Su poesía, y no su muerte innecesaria, es el más poderoso argumento para la edificación de una sociedad justa— alegó Mario- Además, en las presentes circunstancias, creo que tú sencillamente te estas suicidando.
 Andrés respondió que no tenía  deseos de suicidarse y que no creía que su decisión pudiera estar motivada por algún problema emocional. “Sencillamente, quiero ser útil a la causa de la libertad y del socialismo.”
 —El trabajo del escritor —insistió Mario- no alcanza a transformar al mundo ni al hombre, pero nos induce a servir valores sin los cuales es desesperante el mundo, y el hombre deja de ser respetable.
Después habló con pasión sobre los poderes secretos de la literatura, insistió en que tal vez ella era capaz de cambiar el mundo sin que el mundo lo advirtiera y de preparar las conciencias para el advenimiento de una sociedad más humana.
—Tú quieres rehuir esa tarea- le dijo a Andrés. Estás tomando el camino más fácil. Cuando hayas publicado siquiera diez libros, tendrás derecho a pensar en lo que ahora estás pensando.
Por fin, luego de una larga charla, Andrés quedó convencido, y no viajó a su cita con la muerte. Hasta el momento, ha publicado más de los diez libros que Mario le sugirió escribir y cree que su decisión de entonces fue acertada. Está seguro, además, de que la paz es el mejor camino hacia la justicia.
Por coincidencia temible, el avión en el que Andrés iba a hacer transbordo obligado para regresar a su patria se estrelló
Todos saben lo que Mario Vargas Llosa ha estado haciendo en los años que van o vienen desde entonces. Desde “Los jefes” hasta “El paraíso en la otra esquina”, este escritor torrencial ha visitado el mundo de los jóvenes, ha revelado la brutalidad de la institución militar, ha desenmascarado la corrupción de la dictadura, ha rastreado las rebeliones religiosas, ha recorrido los misterios de su propia vida,  ha señalado las contradicciones de algunos grupos de izquierda, ha caminado por el mundo sin tiempo de la Amazonía, ha descrito el terror en los Andes, ha mostrado la fiesta atroz de los tiranos y, por fin, ha seguido los pasos y peregrinaciones de una agitadora social del siglo XIX.
Nuestra América ha recibido de él una profecía como la de Whitman y una lección moral como la de Tolstoy, pero sobre todo, su propio país, que conoció ayer la cobardía y el crimen y anda hoy extasiado frente a los videos de la corrupción, sabe hoy que todavía existen hombres honestos y aprende que escribir y leer son actividades que pueden tornar al mundo más decente.
Mario es un premio para el premio Nobel. Andrés, que no se llama Andrés sino Eduardo, lo visitó recientemente para obsequiarle uno de sus libros. La próxima vez que lo vea, estoy seguro de que le dirá: “Gracias, Mario, por haberme salvado la vida. Gracias por habernos salvado el alma”, aunque creo que eso ya fue dicho, el corazón no tiene memoria.

Info sobre Eduardo González Viaña en: http://www.elcorreodesalem.com 

2 comentarios:

  1. Desde la proclamación de Mario Vargas LLosa como ganador del Nobel de Literatura a la fecha, he visto publicado muchísimo sobre nuestro famoso narrador. Mucho bueno, algo malo, algunas cosas memorables, como el artículo reseñado, pero todo valioso para aprender.
    Una de las verdades que se ha puesto es evidencia con toda esta publicidad es que a muchas personas les cuesta alegrarse por los logros ajenos (aunque sean ganados a puro punche)más aún si los otros piensan diferente de uno (y por lo tanto, están equivocados), como lo demuestra el siempre sorprendente Evo Morales, y otros pese a todo son capaces de subirse al carro si les resulta conveniente (¿No es así, Alan?).
    Yo, simple mortal, sin poder, fama ni gloria, me siento tremendamente orgullosa de MVLL, me encanta su estilo y su trabajo así como su entrega a las causas en las que cree. Si bien éste es SU premio (es él quien escribe) si quiero sentirme parte de su alegría, de su familia, de su tierra y de su vivencia como peruano, vivencia que da lugar a su obra, tal como lo dijera él mismo en la conferencia de Prensa en el Instituto Cervantes, en Nueva York: “Yo soy el Perú, lo que yo escribo es el Perú y debo agradecer a mi país”.

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  2. Creo que uno de los análisis más completos de lo expuesto lo pueden encontrar en http://www.librosperuanos.com/traducciones/esquina171.html (La izquierda sueca está molesta por el Nobel de Vargas Llosa:“No es uno de los nuestros”,
    Por Johan Norberg).
    Destaco un extracto:"Vargas Llosa ha escrito algunas historias simples, inclusive algunas historias tontas, pero novelas como La fiesta del Chivo y La guerra del fin del mundo son el tipo de historias ambiciosas que nadie cuenta ahora, en una época en la que la mayoría de los escritores no tienen la paciencia de compartir nada más que sus bares favoritos y sus trágicas vidas amorosas. En sus mejores momentos, Vargas Llosa es la respuesta del mundo literario a los científicos de la teoría de las cuerdas: trata con más dimensiones de las que el resto de nosotros puede experimentar con los sentidos. Como Victor Hugo, captura toda una era o la tragedia de un país en unos pocos capítulos, pero como los mejores escritores de suspenso, también nos tiene en ascuas con argumentos dramáticos. También logra manejar a un enorme número de personajes, como los grandes escritores rusos, personajes cuyas relaciones, conversaciones y desarrollos interiores constituyen el escenario real de la historia.

    Vargas Llosa salta hacia atrás y adelante entre estas dimensiones, cambia la narración y el tiempo para contar la misma historia desde diferentes ángulos, para hacerla más completa y también más compleja. Es técnicamente complejo, pero fácilmente accesible y legible, es inclusive de lectura ininterrumplible. Puede hacer que temas de peso ligero parezcan serios e importantes, y puede escribir acerca de la miseria y la tragedia de una manera humorística, irónica".

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