Esta vez no voy a hablar del sentido espiritual que debiera tener la fiesta, para quienes creemos en Jesús, porque es un tema de creencias y principios, mucho más extenso y profundo, sólo quisiera tocar lo referente al exhorbitante consumismo que se desarrolla en estas fiestas (y otras como el Día de la Madre o el Amor y la Amistad, también llamado de San Valentín), porque veo en ello un ciclo casi interminable en el que alternamos alegría y sufrimiento, como si no tuviéramos opción alguna. Lo preocupante, en mi modesta opinión, no es que el sector comercial del mundo occidental (desconozco cómo se maneja el tema en los países orientales que mantienen en mayor vigencia sus tradiciones) aproveche todas las estrategias que el marketing pone a su alcance para su mayor desarrollo y beneficio económico, sino que como sociedad caigamos en masa en el cuento y hagamos cosas sólo porque sentimos que estamos en obligación de hacerlas. ¿Por qué? Porque a través de los medios de comunicación te llegan los mensajes de lo mucho que puedes (¡y debes!) tener, ya que si no lo haces estás mal, fuera, o eres indiferente con "tus seres más queridos" y otras tonterías similares. Con regordetes papanoeles de sintética barba blanca y coloridas guirnaldas que nos hablan de pinos y cipreces pese a que en nuestras ciudades esos árboles sólo existen made in China, la publicidad navideña es una maquinaria poderosa y asfixiante, en todos los rangos de la escalera socioeconómica.
"Tienes, luego existes", parece ser el lema de esta era postmodernista en la que los niños son blanco fácil de la publicidad, pero en la que los adultos no nos mantenemos al margen y caemos con la misma facilidad en lo que se ha dado en llamar "el sistema", y eso me resulta triste, extremadamente triste.
Recordando aquello pienso que a veces las personas sentimos que "el sistema" es algo omnipoderoso y no podemos nada contra ella, cuando lo sencillo es, simplemente, dejar de jugar su juego.
En un punto de la Historia muchas personas sintieron que la Iglesia los manipulaba y se alejaron de la religión para evitar esa forma de control o dominio, con todas las consecuencias de tamaña decisión, pero ahora han pasado a ser controlados y dominados por poderosos grupos económicos que los manejan como títeres en su exclusivo beneficio. ¿Cómo? Haciendo que compremos lo que no necesitamos, pero, más aún, dejándonos la sensación de que es eso lo que queremos. Los gurús del marketing han estudiado hasta el último recurso psicológico para manejarnos a través de sus comerciales, canciones, vitrinas, diseño de tiendas, colores, logotipos, sistemas de ventas y muchas otras estrategias en las que caemos como gorriones creyéndonos gavilanes.¿Libertad? Ni por el forro.
Es claro que la única salida, como lo vio Jean Luc Pikard, es dejar de jugar el juego de esta fuerza que nos atrapa y, sin necesidad de oponer resistencia, decir: hasta aquí. La pregunta del millón es: ¿quién se anima?
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