Escribir sobre Teresa (obviemos el Guerra-García Cueva de Rodríguez Nache y dejémoslo así, sólo “Teresa”) es ingresar a un mundo donde los recuerdos son más intensos que el sol de verano. En medio de su memoria prodigiosa y un corazón de oro surge la delicada personalidad de esta mujer que, pese a una edad algo avanzada, sigue desafiando al futuro con valentía y tenacidad, convencida de que todo es posible, más aún cuando eres mujer y has sufrido como lo ha hecho ella, a más no poder.
Pero, afortunadamente, nada es absoluto y el sufrimiento es tal porque contrasta con la dicha, esa efímera experiencia que la vida nos da cuando, como dice Serrat “nos regala un sueño tan escurridizo que hay que andarse de puntillas por no romper el hechizo”.
De Teresa no sé si es más madre, más amiga, más intelectual o política, y la verdad creo que es todo a la vez, en una personalidad rica, más que compleja, y vibrante, más que enérgica. Si bien la he conocido cuando ya todos sus hijos eran mayores y ella ya enfrentaba los problemas que la acosaron en su calidad de viuda jubilada, su personalidad me impactó casi tanto como su sabiduría y su capacidad de retener en su memoria una parte inmensa de la historia del Perú, especialmente del Norte. Pero nada me resultó tan impresionante como escucharla hablar de sus amores, pocos pero intensos, a la vez que genuinos y honestos. Saber de su pasión por Cajamarca, ciudad que la acunara en su infancia, del amor exquisito de su madre, de la personalidad solemne de su padre, del romance inevitable con Virgilio, el amor de su vida, de la hija que se fue sin siquiera dejarse ver, amores, muchos amores que la entrenaron en la recurrente práctica de amar, llorar…. y seguir amando.
Llegó a mi vida cuando me invitaron a participar de su reciente fundación, una agrupación que reuniría a las escritoras trujillanas, luego “norteñas”, para promover su ejercicio literario y difundir su obra y la de las escritoras peruanas en general. No recuerdo quién me invitó, la verdad, ni cómo fue el primer contacto, pero sí recuerdo que desde entonces su influjo sobre mí fue total. Me ha sido siempre imposible decirle que no a algo, y sólo verla me enternece en lo más profundo, tal vez porque la entiendo en muchas de sus penas así como en sus alegrías.
Cada conversación con ella es un abordaje a la historia del Perú, contada desde dentro con veneración y sentimiento, donde Piérola, Bustamante o Víctor Raúl parecen cobrar vida en un espacio detenido en el tiempo, gracias a su memoria de lo conocido y lo oculto al registro oficial, mientras me cuenta sobre la vez en que vio al Che Guevara, que la cautivaría por su inteligencia, o de Luis Felipe de la Puente, cuyo recuerdo le deja siempre una profunda tristeza en la mirada. Y Virgilio. Siempre Virgilio, emergiendo de todas partes como el gran señor, el dueño de sus más profundos pensamientos, de sus sueños y su futuro, con quien no sólo se casó, contra el deseo de muchos, sino con quien tuvo un sólido matrimonio y cinco hijos de los cuales hoy crece una numerosa familia en la que sólo falta Carmiña, toda ternura, más que su hija su confidente, su compañera y su amiga que desde el cielo la ve, sonriente, aunque las lágrimas que inundan los ojos de Teresa le nieguen el consuelo de ver cómo la mira.
Hoy la institución que fundó (Agrupación de Escritoras Norteñas del Perú – ADEN Perú) y que ha impulsado a fuerza de perseverancia, coraje y una mezcla única de dulzura y sabiduría, ya se acerca a la veintena de años y su andar por el quehacer cultural si bien ha sido recatado (¿se utiliza aún esta palabra?) ha realizado importantes aportes que han dejado huella, convirtiéndose en punto de partida de muchas actividades que otras instituciones desarrollan hoy en día. Su influencia ha sido determinante en la vida de muchos hombres y mujeres que han visto ampliados sus horizontes, vencido sus miedos y hasta se han encontrado a sí mismos en la intimidad del autoconocimiento, todo gracias a su aguda inteligencia y sabios consejos. Para Tere, gratitud, siempre y en todas las formas.
Luego de tanto andar compartido, kilómetros inmensos nos separan, pues el destino la lleva con los suyos y le impone el reto de reinventarse, pasados largos los ochenta años. Y lo hará, no nos quepa duda, con la fuerza de la sangre luchadora que corre por sus venas y que no ha acabado ni el dolor ni el cansancio, ni tampoco las decepciones brutales de este país que amamos pero que muchas veces nos enseña más haciendo lo que no se debe hacer, que lo contrario.
Afortunadamente la distancia no es infinita y hay despedidas que son sólo el preámbulo de un nuevo encuentro. Sea así, Teresa, y volvamos a vernos pronto, en otro espacio, no en tu casa ni en las que luego le sucedieron, tímidamente y forzadas por la necesidad de acogerte a ti y toda la agrupación que te sigue a donde vayas, sino en parajes nuevos que te recibirán, señoriales, como la gran mujer que eres: Toda una dama.
Afortunadamente la distancia no es infinita y hay despedidas que son sólo el preámbulo de un nuevo encuentro. Sea así, Teresa, y volvamos a vernos pronto, en otro espacio, no en tu casa ni en las que luego le sucedieron, tímidamente y forzadas por la necesidad de acogerte a ti y toda la agrupación que te sigue a donde vayas, sino en parajes nuevos que te recibirán, señoriales, como la gran mujer que eres: Toda una dama.
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