10 de diciembre de 2010

MVLL y los ecos del Nobel

Mario Vargas Llosa ya recibió su muy merecido Premio Nobel, con alegría natural de su parte y orgullo de  la nuestra (si no de todos de una gran mayoría). Sin embargo me quedo con el discurso de aceptación del Premio, pronunciado por él el 07 de diciembre, pues a mi modesto criterio ha sido extraordinario. No sólo contiene un viaje por su vida y su pensamiento, preciso en lo necesario y genérico en lo demás, sino que nos ha brindado un lugar de privilegio para mirar el mundo a través de sus ojos y sentir las letras como las siente su corazón de escritor, que si había ganado un espacio en las letras del mundo hoy se consagra como integrante de una élite.

Personalmente me ha gustado de principio a fin, pues ha cubierto un amplio abanico de aspectos cuya importancia puede ser variable, según el criterio de cada quien, pero que no podía dejarse de lado en un momento como éste,  que por su dimensión no tendrá uno mayor para él y probablemente tampoco para los peruanos… en mucho tiempo.


Muchos dirán hoy, como lo han venido haciendo, que es un discurso más y que ha tratado de ser efectista en lo relacionado a su familia, y creo, sinceramente que lo que puedan ver como un defecto ha sido su mayor virtud. Veo, desde el fondo de mi corazón, que ha sido el esfuerzo de un hombre, de común bastante reservado, por abrir su mundo familiar a los demás con el único interés de rendir el homenaje merecido, y hasta hoy postergado, a la persona que en buena medida ha permitido que escriba lo que escribe porque vive la vida que vive: con todo arreglado para que pueda dedicarse al oficio de escribir. Como mujer, me parece realmente soberbio el hecho del reconocimiento efectuado a su esposa,  y como alguien que trata de escribir cada vez que puede, robándole minutos a las demás obligaciones del día a día, lo encuentro  justo y necesario.


De hecho su caso no es único. Gabriel García Márquez ha contando muchas veces que gracias a que por un año se olvidó del mundo y sus minucias, pudo escribir “Cien años de Soledad”, una vez que su esposa se encargó de todo con el dinero que él le entregó para ello, con la solemne promesa de no perturbarlo con nada.  Imagino que en muchos otros casos la figura ha de repetirse, pues es harto lógico lo difícil que resulta imbuirse en un drama épico o en una compleja historia cuando tienes que preocuparte paralelamente del recibo del teléfono, los estudios del niño o la reparación de las cañerías, entre las mil necesidades cotidianas de una familia y un hogar. Sin embargo no sé cuántos hayan realizado un reconocimiento de esta magnitud:
“El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana, ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”. Creo que pasarán los años y pocas mujeres podrán exhibir un reconocimiento igual. 


Otro aspecto destacable del discurso es la reflexión que inicia con los primeros recuerdos y que deja en suspenso con las últimas líneas, pues es una propuesta de estudio inacabable: el del valor de la literatura. Algo de sus ideas las plasmó magistralmente Eduardo González Viaña en su artículo “Los podres secretos de la Literatura”, reproducido en este blog (ver http://elrincondelakatarsis.blogspot.com/2010/10/mario-es-un-premio-para-el-premio-nobel.html) pero su exposición es verdaderamente deliciosa. “Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no  era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas”. Quien ha pasado por la experiencia de escribir y quienes difrutan el placer de leer, pueden comprender estas dudas elementales que no por tempranas dejan de ser válidas. Como válida también  es la respuesta: “Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas,  menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera  existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”


Sobre su vocación es claro y concreto, como también en cuanto a su relación con el tema político, causa de tantos ataques, de tirios y troyanos, y origen de vivencias que han marcado su vida y su obra, a diferencia de otros escritores que navegan aguas más serenas y menos peligrosas. “Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de  sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias,  propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la  sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor”.


Mario discurre entre sus recuerdos, impulsado por la fuerza de sus ideas, que no sólo conserva en un nivel abstracto o intelectual, sino que puso al servicio de los demás mediante la experiencia directa,  aunque fuera, como lo fue muchas veces, nefasta y vergonzosa, no porque estuviera mal en sí misma, sino por los resultados, lastimeros y negativos, y por los principios subyacentes  que hubo que admitir y que van contra lo que uno cree y cree bien: en el Perú nos gusta que nos mientan y preferimos el discurso bonito, aunque su olor de falsedad inunde la nariz,  a la verdad desnuda, que sabemos es inevitable. En una entrevista de Raúl Tola, MVLL comenta  que la elección de Obama, en Estados Unidos comprueba que se puede ser honesto y ganar una elección, pero resulta evidente que nuestro país, al menos en ese momento, no estaba a ese nivel.  Sin embargo en su agradecimiento al Nobel no mencionó las pequeñeces de una campaña electoral que fue histórica ni de la conflagración de la oposición (que en aún nos gobierna)  o de una postura partidaria en especial, sino de sus ideales de justicia y libertad que, con sus defectos y virtudes, defiende y ha defendido abiertamente:


“Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer”.


Un tema que me parece magistralmente tratado y expresado, es el muy criticado tema de su doble nacionalidad y su consecuente “traición”, que si bien nunca he considerado así,  ha sido interpretado bajo esa óptica por muchos, personas, medios e instituciones.   “No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país (…). Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.
Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia”.


Dejando clara su postura política y su visión liberal, orienta su mensaje al tema de “todas las sangres” de José María Arguedas y manifiesta su amor por su patria y su orgullo por su herencia milenaria, pero luego toca  el manoseado asunto de la dominación española, y lo hace con solvencia y claridad meridiana: “La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza”. Difícilmente alguien pueda objetar esto, y pone los puntos sobre las íes a muchos argumentos superficiales y de infantil agresividad que se vienen escuchando hace tantos años y que, de otro lado, sólo son respondidos con el argumento del tiempo transcurrido y la necesidad de mirar al futuro, como si se tratara sólo de olvidar una afrenta porque con el tiempo se curó la herida y si así lo hacemos podríamos ganar en un mañana de prosperidad compartida. Y de la responsabilidad propia en el proceso posterior, ni un jota ni un achís.


Otro tema que me parece magistralmente abordado es el de su acercamiento e identificación con España, pero de una forma tan humilde y franca que, creo yo, debiera sepultar para siempre los ataques que por este concepto se le confieren. “Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura”.


Luego de un recorrido literario y político de su vida y obra, a grandes rasgos, MVLL sincera su oficio de escritor, o escribidor como suele decir, confesando que aunque le cuesta mucho trabajo y le hace sudar la gota gorda, a veces lo amenaza la falta de  imaginación  que articule lo almacenado en su memoria y su avance de un proyecto, reconociendo que con sus desventuras y placeres, coincide con Flaubert en que “escribir es una manera de vivir”. “Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar”.


Mario viaja por el tiempo y el espacio infinito de las ideas, y usa en su disertación recursos diversos entre la exposición de hechos y la confesión de parte, entre la evocación emocionada y la visión optimista del futuro,  pero creo que logra un aspecto cumbre cuando imagina a los hombres de las cavernas que contaban sus aventuras de supervivencia  “para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno”.  Y añade, indicando la imperativa necesidad de inculcar este concepto a las nuevas generaciones, que “la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano (…) para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños”.


Qué importante y visceral el reconocer y proclamar la necesidad de salir de uno mismo, de soñar, buscar y alentar lo mejor en nosotros y en los demás mediante la publicación de lo que no lo es, retratándolo con detalle en su abyección y en sus nefastas consecuencias.  Realmente nos encontramos ante un discurso que es una conferencia magistral en sí mismo, y que culmina mostrándonos al autor, un rebelde  adolescente que jamás quiso domesticar su rebeldía  y que hizo de ello  una ley de vida, convencido de que el principal valor de la Literatura es su capacidad de salvarnos de la resignación  sembrando en el ser humano el germen de la indignación, del deseo de un mundo mejor  posible para los que luchan por él. “Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”.

Nada podría ser añadido.
Lo dejo aquí.

2 comentarios:

  1. Según diversas fuentes, el Premio Nobel de Literatura ha sido entregado en 103 oportunidades desde su creación (1901), pero lo han recibido 107 personas por las premiaciones dobles en 1904, 1917, 1966 y 1974, habiéndose dejado sin conceder en durante las dos guerras mundiales (1914, 1918, 1935, 1940, 1941, 1942 y 1943).

    ResponderEliminar
  2. Me quedo encantado del minucioso detalle con el que analizas tan interesante discurso, de ello mil cosas que hablar, gracias por redactarlo así.
    Si algo puedo apreciar desde mi humildad y sin razón, es la valoración que el hace por su amor y fidelidad "bi-patria", su voz crítica contra los gobiernos que han impedido, que el día de hoy permanezca vacía la silla del premio nobel a la paz 2010.
    Un cordial saludo.

    Gustavo Rullier.

    ResponderEliminar

Todos los comentarios son valiosos.
¡Comparte tus ideas con nosotros!