Las mujeres no somos una frágil rosa ni una imagen de marketing, y ésta no es una fecha para la vanalidad, aunque el comercio que nada perdona la vaya captando como un pretexto para el consumismo.
Si bien son varias las historias que se relacionan con la fecha, podemos considerar algunas como las más certeras. Una cuenta que el 8 de marzo quedó unido a la historia de las reinvindicaciones femeninas durante la Segunda Conferencia de Mujeres Socialistas que se llevó a cabo en Copenhague, Dinamarca y a la que asistieron más de cien delegadas de 17 países, representando a sindicatos, partidos socialistas y organizaciones de trabajadoras que luchaban por derechos no reconocidos por las empresas y el Estado, así como un trato más equitativo en relación con los trabajadores varones. También está unida la primera gran marcha de trabajadoras textiles realizada un 8 de marzo de 1857, en Nueva York y la muerte de 129 obreras industriales tras un sospechoso incendio que se produjo durante la huelga de 40 mil trabajadoras norteamericanas para protestar por las jornadas inhumanas de más de 15 horas diarias y sueldos que eran un tercio del de los varones, por el mismo trabajo.
A estos hitos hay que sumar el anónimo pero no menos valioso sacrificio de mujeres que dieron su esfuerzo y hasta su vida para que hoy contemos en la mayoría de países del mundo (no en todos) con derecho al voto, a la educación, a la propiedad privada, al trabajo equitativamente remunerado, a la salud, cosas que un día era impensables y que gozamos como si fueran algo natural, cuando no siempre fue así.
Con todo, aún son millones las mujeres que sufren sólo por razón de su género. Muchas viven en la pobreza en las poblaciones más apartadas sólo por nacer mujeres; también están las que sufren violencia sin que nadie las defienda; están las que no tienen acceso a la educación porque es la mejor manera de tenerlas sometidas; están las que después de estudiar y trabajar aún deben ser madres, hijas, esposas y prolijas amas de casa; están las que sufren en su carne el precio de traer hijos al mundo a costa de su salud y lo sobrellevan con una sonrisa; están las que lideran a otras mujeres y les enseñan a surgir y salir adelante; están las que cuidan, las que enseñan, las que bailan, las que cantan y las que lloran; están las que fueron violadas y salieron adelante, haciendo de su vida un canto a la paz; están ellas, nosotras, ustedes... las de ayer, las de hoy y las del mañana. Mujeres, grandes mujeres, cada una con su historia, con sus defectos y sus virtudes, sus aciertos y sus errores, y como tú y como yo, ellas también viven cada día haciendo lo que pueden, mientras caminan en la cuerda floja que es descubriendo el gran reto de ser mujer.
Por eso hoy quiero reconocerlas a ellas y a ti, y a mí, y a todas las que llegan a este mundo sin saber que por sólo ser mujer ya tienen más trabajos, más sufrimientos, más enfermedades y más dificultades, pero también… la maravillosa posibilidad de ser… una gran mujer.
Dice un texto de la escritora norteamericana Marge Piercy que “una mujer fuerte, mientras saca porquería con una pala, habla de que no le importa llorar porque abre los conductos de los lagrimales... Ni vomitar, porque estimula los músculos del estómago... Y sigue dando paladas, con lágrimas en la nariz”. Eso es real, y es un mejor homenaje que fotos empalagosas de rosas y lazos.
Podría hablar aquí de Micaela Bastidas, María Parado de Bellido, o más cercana y no menos merecedora de un homenaje, María Elena Moyano, por sólo decir algunos nombres, pero no iré tan lejos, pues quisiera compartir algo más personal.
Mi madre fue una mujer que amó, trabajó y luchó mucho, toda su vida, habiendo sentido en propia piel que el mundo no es el mismo si se nace hombre que si se es mujer. Por su género muchas de las decisiones que tomó le costaron sufrimientos y perjuicios que no habría pasado de ser varón. Con todo, en base a su empeño y amor por la vida, entre aciertos y errores, con tropiezos y a veces con experiencias maravillosas, hizo lo que pudo, y gracias a ella, en gran medida, yo escribo hoy estas palabras, gozo de una familia y tengo una realidad que ella forjó con sus sacrificios sin saberlo tal vez. Mis hermanas son también una muestra de lo que es la perseverancia férrea que nace del coraje femenino, más aún cuando se es madre. Su entrega, dedicación, laboriosidad, entusiasmo, generosidad y capacidad de amar es un ejemplo para mí, además de ser una fuente de energía y protección.
Cuando escucho esa canción que dice: “bendita sea mi mama por haberme parido macho”, no puedo dejar de pensar que, efectivamente, es una expresión muy genuina. No hay hombre que no sienta hasta pánico de sólo pensar todo lo que tendría que pasar si fuera mujer, pues adicionalmente a lo expuesto, está el tema físico: desde la menstruación (con todos los pesares y responsabilidades que implica), el embarazo y posterior parto (dolor, peligros de infección, hemorragia, eclampsia y eventual muerte), la dependencia de los hijos (por más integrante de la población económicamente activa que sea siempre está la responsabilidad afectiva, educativa y financiera), hasta la posterior menopausia (¿es necesario mencionar los bochornos, cambios de humor, depresión y demás?). A esto deberemos sumarle una serie de potenciales problemas de salud a lo largo de toooodo el ciclo: cólicos menstruales, disfunciones hormonales, alteraciones en la ovulación, obstrucción de trompas (¿sabe lo que se siente al someterse a una histerosalpingografía?), problemas de fertilidad o de sangrado excesivo durante el período, y un sinfín de otros inconvenientes, por usar un eufemismo, que aquejan a mujeres de toda raza, condición y edad.
Sin embargo, para que esto no parezca una relación del “debe”, es menester integrar el “haber”, y en esa columna debo reconocer públicamente que ser mujer para mí no es una condición sino un privilegio. La posibilidad de ser madre es un auténtico milagro lleno de oportunidades de dicha y realización, aún con las molestias y dificultades que conlleva el embarazo, lo difícil de recuperar (aunque nunca del todo) la figura previa, el dolor del parto, natural o cesárea, y todo lo que inicia recién en ese momento mágico en que una nueva criatura emerge de tu propio cuerpo para ingresar al mundo. La ternura que experimenta una mujer es también un regalo del cielo y algo totalmente incomprensible para los hombres, que se burlan de ello hasta no poder más, pero que aún así no saben de lo que hablan, ni lo que se pierden. La intuición, la paciencia, la alegría, el espíritu de sacrificio, no son características exclusivas de mi sexo, pero yo diría que… las tenemos en concesión!
En fin, más allá de la dialéctica y la retórica, este día nos ofrece un espacio para reflexionar, unas y otros, sobre lo que las mujeres cercanas representan para nosotros y lo que pasan para ser lo que son y darse a los demás, enriqueciendo nuestra vida con su presencia, con su lucha, con su trabajo, con su sonrisa, con su valentía, con su amor.
A todas las mujeres orgullosas de serlo, a las que comienzan, a las que ya hicieron gran parte del camino, ¡a todas! un abrazo lleno de afecto y reconocimiento, por su esfuerzo, por su alegría, por sus dolores, por su lucha, por sus logros, por sus caídas, sabiendo que siempre harán lo posible por levantarse de nuevo e intentarlo otra vez ¡como hace toda gran mujer...!
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