La discriminación es, posiblemente, una de las agresiones que marca de forma más profunda al ser humano, aunque tal daño no deje huellas externas. Creo que todos, de una u otra forma, nos hemos sentido discriminados en algún momento por alguna circunstancia, sea económica, social, racial, o incluso grupal, lo que sucede mucho en la infancia: “tú no eres de nuestro grupo”. Sin embargo, lo que para muchos es algo que se supera con el tiempo y la madurez, para un gran número de seres humanos, aquí y en la China, impide el desarrollo de una autoimagen libre y dispuesta a la felicidad, relegándola a vivir esclavizada del dolor amarrado al recuerdo de la vejación sufrida.
En nuestro país, la discriminación racial es en pleno siglo XXI una práctica predominante, aunque se diga que es un tema superado, y si bien maquilla su rostro y sale a la calle vestida a la moda, sigue vivita y coleando. Con el compañero del colegio, con la empleada de la casa, con el cobrador del micro o con el maestro, incluso, las prácticas que buscan hacer sentir mal al otro por un tema de color (unido o no a lo socioeconómico) son un arma poderosa que usan muchas personas, concientes de lo que hacen o amparados por una especie de “permisividad social” que
dice que lo que es práctica habitual ya no es pecado.
Jorge Bruce, reconocido psicoanalista y estudioso del tema, además de un prolífico y ameno escritor, ha ahondado en la capacidad discriminatoria que tenemos los peruanos y en cómo nos herimos entre nosotros tratando con ello de sobresalir un poquito sobre el otro, aunque todos seamos cholos, alguno logra serlo un tanto menos haciendo que el otro lo sea un poco más. Una mezquindad que ayuda a entender por qué con tantos recursos no salimos del subdesarrollo (además, claro está, de una clase política paupérrima, una corrupción adherida a las bases de las instituciones, la carencia de un plan país de largo plazo, etc.).
En una entrevista Bruce explica algo que a veces pasa inadvertido: ¿ por qué las víctimas no protestan y tratan de revertir la situación? Al respecto afirma que “en términos psicoanalíticos (la discriminación) fija el pensamiento, lo ancla y no permite darle una mirada diferente que aporte fórmulas de salida, porque no se trata de voltear la tortilla, ni de negar la existencia del racismo, sino más bien de encontrar la manera de tolerarnos, en el sentido de soportarnos si es necesario, pero respetando los derechos y cumpliendo los deberes. Pero mientras no haya sanción esto no va a funcionar, ya que el primer insulto que uno escucha en la calle es el insulto racista, que es el que más hiere, y mientras no nos demos cuenta del daño que produce, viviremos repitiendo una y otra vez los mismos modelos que heredamos de nuestros padres” y que, probablemente, pasaremos a nuestros hijos.
La segregación racial o racismo no sólo sobrevive entre nosotros sino que es alimentada de forma estúpida por quienes creen que no es un problema porque no les afecta o porque son tan miopes que ven la punta del iceberg y creen que es todo lo que hay, sin imaginar lo que se esconde bajo el agua. ¿Se acuerdan del lío por el personaje de la Paisana Jacinta, por ejemplo? Casos así hay muchísimos en nuestros programas de televisión, cosa que, como apunta Bruce, en otros países no sucedería jamás.
Otro aspecto del tema que años atrás no llamaba tanto la atención hoy cobra especial protagonismo, y es el tema de la discriminación sexual, no tanto alineada hacia el género como al tema de orientación: hétero u homo. Es un tema que desencadena debates apasionados pues afecta un elemento básico de nuestra naturaleza (nuestra autoimagen) y la seguridad que de ella tenemos, y que nos permite un determinado desenvolvimiento en la sociedad.
Rocío Silva Santisteban, en su Kolumna Ocupa del pasado domingo en el diario La República (http://kolumnaokupa.lamula.pe/2011/02/20/el-asco-al-maricon/), desarrolla una explicación de por qué son tan repudiados los homosexuales (hombres y mujeres) pero, más allá de la teoría expuesta, diserta sobre la gravedad de la falta cometida por la fuerza pública, manifiestamente homofóbica, que semanas atrás atacó a un grupo de homosexuales que realizaba una actividad pacífica besándose en público como una llamada de atención a la sociedad sobre sus derechos. En la parte final de su artículo, Santisteban dice que las autoridades, de diverso nivel, al dirigir este tipo de acciones “no se dan cuenta de que están echándole gasolina a la perversión. Porque ser perverso no es ser libre en el ejercicio de su sexualidad, sino permitir que el odio se instale en nuestras vidas y que el ejercicio de la violencia sea la forma de limpiarse de un asco incontrolado por temor, en el fondo, a que uno mismo sea maricón/lesbiana”.
Al parecer, tenemos que hacer un espacio en nuestras reflexiones personales para revisar cómo estamos respondiendo a estos temas, pues queda evidente que lo importante no son las ideas en las que creemos, que es la siempre frágil teoría, sino las acciones que tomamos, pues es en la práctica dónde se prueban las convicciones y se demuestra la verdad de lo que el corazón siente.
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