Debido al reciente suceso en el que tuve un traumatismo de cabeza (encefalocraneano, para que suene más importante) del que puedes saber más en el post "La salud está para enfermarse", dos post debajo de éste, conversé con el neurocirujano que me atendió y, contra lo que me había advertido más de uno, no me indicó una tomografía. ¿Por qué? “Porque no la necesita y le haría un daño innecesario”, me dijo. Y he aquí que en mi ignorancia desconocía que una tomografía computarizada emite una dosis de radiación equivalente a más de 100 radiografías de tórax (hay quienes manejan equivalencias de 600, dependiendo del tipo de radiografía). ¡What! Como lo lee. Yo me quedé de una pieza.
Muchos jóvenes tal vez no hayan escuchado nunca lo que sí escuchamos los adultos muchos años: “Cuidado con las radiografías, que pueden originar cáncer”. Era un tema que a todos daba mucho respeto y por ello, pese a su necesidad como examen auxiliar para un diagnóstico, sólo se tomaba en caso estrictamente necesario. Sin embargo, el tiempo ha pasado, nos acostumbramos a la tecnología de radiación y hoy a nadie se le mueve una pestaña para sacarse una placa, sin embargo, ¡no puede actuarse igual con una tomografía cuya potencia de radiación es mucho mayor!
¿Qué es lo que sucede? Aquí es donde entran las “coimisiones”, como dicen muchos. No sé cómo será en otros países, pero en el Perú los laboratorios y centros de diagnóstico que poseen estos servicios, otorgan un porcentaje a los galenos por cada análisis clínico que les derivan, sea de sangre, orina, rayos X, tomografía o resonancia magnética. ¡Y es ésa y no otra la razón por la cual al menor síntoma o probabilidad, por lejana que sea, le indican un examen que posiblemente no necesite y que, también posiblemente, le deje una secuela negativa en su salud que, años después se detectará mediante la tomografía número 3 o 4 que le saquen en su vida: la lesión cancerígena!