Es muy irónico y totalmente anacrónico, y que me disculpe el Papa Francisco (que es harina de otro
costal) pero en un Estado laico, como es el Perú, es una vergüenza que se subvencione a la Iglesia católica, y menos con montos que superan los recibidos por organismos que requieren apoyo directo del Estado para poder ejercer su función en beneficio de los ciudadanos.
Según reportes publicados en varios medios, el presupuesto público del 2014 destinó dos millones 600 mil nuevos soles para la Iglesia Católica, volando muy por encima de lo que recibió de esa misma partida la Academia Nacional de Ciencias (S/. 100,000), o el monto que recibió la Federación Peruana de Ajedrez (S/. 120,000) por citar dos ejemplos de una larga lista de desigualdades. Entiendo que la Iglesia católica posee bienes cuantiosos pero que aún así requiere mucho dinero para sostener su gran infraestructura y su burocrático sistema, pero... ¡ése es su problema! No es problema del Estado ni de los peruanos que trabajamos para financiarlo. Atrás, y por muy lejos, deben quedar los tiempos en que la Iglesia era parte del poder del Estado. De seguro tiene necesidades, pero yo también las tengo, ¡y nadie me subvenciona!