
El pasado domingo 10 de abril se realizaron las elecciones presidenciales en Perú, y en todos los medios se habla de una “verdadera fiesta democrática”, sin embargo, como a la protagonista de esas películas, a mí algo no me huele bien. Es más, me huele a podrido. Tal vez sea neurosis, pero los peruanos estamos tan acostumbrados a que nos den gato por liebre que no notaríamos la diferencia salvo que nos enseñen el pellejo.