
Sea en
lo económico, en lo legal, en los derechos más fundamentales, al parecer las
personas nunca nos pondremos de acuerdo, al menos no todas. Y es ése el origen de nuestros mayores conflictos: respetar las diferencias con los demás
(y de los demás con uno) o luchar por imponer nuestras ideas a los demás.
Cuando
pensamos que el mundo sucumbe herido de muerte por los intereses materialistas,
las ambiciones desmedidas, el odio, el egoísmo, el deseo de imponer patrones morales a otros que no piensan igual, la indiferencia que nos mata... no estamos desenfocados, pero
no nos remontamos al origen: ¿qué genera esas respuestas sociales?
Aunque nos
enseñen que las personas somos todas iguales en dignidad y derechos, sin
importar las diferencias de cultura, raza, credo o género, la vida cotidiana
nos dice lo contrario: una tendencia natural a identificarnos con los iguales,
a sentirnos seguros en el grupo en el encuentro patrones compartidos, genera a
su vez antagonismo con los demás. Cómo actuemos de ahí en adelante, puede
terminar en una actitud de respeto aunque no de aceptación, en una tolerancia que permite una convivencia pacífica y armoniosa, o en una lucha de
interminable violencia.